La casa Rusia
Desde que la vi por primera vez, poco después de su estreno, en el año 91, sentí una inmediata fascinación por La Casa Rusia; una fascinación que, con el tiempo, se ha convertido en debilidad. He de admitir que, por aquel entonces, el atractivo físico que sentía por Michelle Pfeiffer casi me cortaba el aliento, de modo que es muy probable que mi incondicional adhesión a la película estuviese muy relacionada con este hecho; sin embargo, por supuesto, no era sólo eso. Hay algo en las buenas producciones que trasciende, de algún modo, a sus actores y que deja un poso de belleza en cualquier espíritu sensible; y La Casa Rusia tiene, desde luego, ese algo. Conste que no estoy diciendo que ahora ya no me sienta atraído por la Pfeiffer de entonces, sino que la película tiene bastantes más virtudes.
Desde aquel lejano día --veinte años largos ya-- he tenido ocasión de verla varias veces más, tanto en su versión original como doblada, y nunca me ha defraudado. Creo, de hecho, que podría seguir viéndola esporádicamente hasta el fin de mis días sin arrepentirme nunca del rato invertido. Pero ¿qué es lo que tiene de tan especial para mí? No lo sé bien. Tal vez sea porque reúne buena parte de los valores que yo más aprecio. Es una historia de amor y de amistad, de fidelidades e idealismos; una historia que denuncia la mentira de los gobiernos, el sofisma de nuestras sociedades, y los enfrenta a las vidas de cada ciudadano. Transcurre, por otra parte, en dos de las ciudades que más me han asombrado a lo largo de mis viajes: San Petersburgo y Lisboa, representantes de los mundos luso y eslavo, espiritualmente tan similares. Además, a pesar de ser una ficción de espionaje, no resulta incomprensible: es fácil de seguir. Los diálogos son buenos, a veces brillantes, pero sin llegar a resultar inverosímiles. La fotografía es muy bonita, sin llegar a ostentosa; bella, mas sin distraer la atención del espectador. La interpretación de los actores quizá no es magnífica, pero sí, en cierto sentido, impecable.
Sin embargo, eso no es todo. Hay algo que ha estado ahí siempre, condicionando mi experiencia de verla, contribuyendo a complacerme, pero escondido; algo que sólo hoy creo haber descubierto. Y es que La Casa Rusia me resulta muy agradable de ver, me produce una especie de paz espiritual, porque en ella, a pesar de situarse durante la guerra fría, en un mundo de países enfrentados y potencias hostiles, ninguno de los personajes se me hace antipático. Todos resultan cálidos; todos están tratados desde un punto de vista muy humano, con todos soy capaz de identificarme. Dejando a un lado, obviamente, a los dos protagonistas, me hipnotiza la fuerza dramática del heroísmo de Dante, me conmueve la honestidad profesional de Russel, me cautiva el sentimentalismo de Ned y, en general, tanto los de un bando como los de otro se nos muestran desde un lado --como digo-- humano; sin que por ello sea una de esas pretenciosas creaciones donde, a fuerza de querer ser objetivas, "no hay buenos ni malos", sino más bien una donde sólo se nos muestra el lado bueno de cada personaje; enfoque que me parece mucho más honesto.
La Casa Rusia es en fin, para mí, un clásico. Una película equilibrada y redonda.
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