Lucentum, el cava catalán que oculta su origen
Deplorables tácticas para despistar o engañar al consumidor
A mí lo que me gusta es el champán francés. Pero no siempre lo encuentro en el súper y, cuando lo hay, suele tener un precio abusivo. Después me gusta el champán ucraniano, pero ése no se comercializa en la UE, por medidas proteccionistas. A falta de esos dos...
...buscaba yo un vino espumoso de alguna región española menos conocida que Cataluña y compré uno llamado Lucentum, en cuya etiqueta decía ser "cava valenciano"; pero al llegar a casa y leerla mejor resultó que en realidad no era valenciano, sino producido con vino procedente de la Comunidad Valenciana, que es cosa distinta. En el súper me había despistado el engañoso diseño de la etiqueta, que destaca en letra grande las palabras necesarias (Cava, Comunidad Valenciana) para que parezca leerse lo que no es. Al advertir el truco, tuve el pálpito de que la mano catalana estaría detrás, y en efecto, al escrutinar a fondo la etiqueta, el registro alimentario me reveló el verdadero origen comercial: Cataluña. Pero para poder verlo tuve que echar mano de una lupa, porque el astuto diseñador ha puesto especial esmero en que la letra B (Barcelona) del código, y únicamente esa letra, sea prácticamente ilegible, pues está impresa en un finísimo trazo, delgado como un filamento. El único carácter en toda la etiqueta con esa microscópica tipología.

Resulta que este cava lo produce la bodega catalana Jaume Serra. ¿Hasta dónde no llegarán las argucias de los empresarios catalanes para ocultarnos la verdadera procedencia -o propiedad- de sus productos? Cada lector extraerá sus conclusiones, pero a mí me parece que esta artimaña es muy engañosa, si es que no roza lo fraudulento, pues si bien la etiqueta cumple con el requisito legal de información, su diseño no tiene otro objeto que el de despistar al consumidor acerca del origen del vino. De manera que, independientemente de su calidad -que me pareció muy normalita-, el Lucentum queda en adelante prohibido en mi cesta de la compra; por tramposos.
Por lo demás, no tengo reparo alguno en opinar que los productos catalanes suelen ser, para mi gusto, regulares; con frecuencia me parecen de calidad mediana. En toda una vida de consumidor (y mucho antes de este auge del secesionismo) he venido observando que la industria de alimentación catalana prioriza el aspecto comercial sobre la calidad, muy a menudo superada -y a precios más asequibles- por alternativas procedentes de otras partes de España. El pueblo catalán ha tenido, desde tiempo inmemorial, excelentes dotes mercantiles; eso hay que aplaudírselo: son imbatibles en comercializar y en vender (bien a la vista está, pues sus productos inundan nuestro mercado y sus eslóganes se compran hasta en el extranjero), pero ahí se acaban sus virtudes productivas, porque en cuanto a calidad se quedan, salvo excepciones, un poco cortos.
Sea como sea, confieso que a mis criterios de compra basados casi siempre en la relación calidad/precio, ha venido a sumarse últimamente ese otro criterio -irracional, lo admito- que surge dentro de mí como reacción al rechazo que la Cataluña visible y audible se empeña en demostrar hacia el resto de España. Como un novio despechado, no quiero cuentas con aquellos que cuentas no quieren conmigo.